La chica de las botas de tacón (1ª parte)


Cargaba sobre su espalda el peso de la vida que le había tocado vivir. Siempre pensó que hasta una hoja de papel pesa menos cuando dos la levantan y tuvo la suerte de que en su camino varias manos le ayudaran a soportar esa carga. Ella sin duda era especial, diferente, quizás por que desde su infancia todo había sido poco común, pero a ella no le importaba eso, le gustaba, nunca quiso ser otra oveja más del ganado, sólo pretendía ser ella misma, con toda su alegría y también con toda su tristeza. Odiaba que la grabaran en vídeo, prefería mostrarse en una simple imagen, por que de esta manera solo mostraba lo que ella quería mostrar y en vídeo donde tenía que decir cualquier estupidez o verse tal cual era, se sentía desnuda, vulnerable, y esto la horrorizaba.
Nunca comió con cuchara, desde muy joven y sin razón aparente era algo que le desagradaba, siempre utilizaba tenedor, así que cuando tomaba sopa con fideos, solo podía meterse en la boca los fideos.
Recuerdo cuantos años pasaron hasta que por fin encontró su calzado adecuado, sí, su calzado adecuado. Siempre andaba haciendo un poco de todo, como cual aprendiz de todo y maestra de nada, quería probar cuanto pudiera para poder estar segura de lo que realmente la llenaba. Así que no paraba de moverse, de curiosear, de ir de acá para allá... pero tenía un pequeño inconveniente, no le gustaba tener pies. Los pies eran una parte del cuerpo que según ella estorbaban más que otra cosa, pensaba que si las piernas terminaran en los tobillos podríamos también caminar perfectamente y no tendría que pasar por el mal trago de comprarse algo para calzarlos.
Solo tuvo 1 par de botas de tacón desde los 18 años, compró el primer par, al año siguiente compro el mismo y se aseguró de que los próximos 5 años no se quedara sin ese par de botas por que el fabricante pudiera pensar que ya estaban pasadas de moda, así que compro 5 pares más, ya que dentro de las opciones que el mercado ofrecía, se ajustaban más a lo que ella podía soportar mirar cuando bajaba la vista al suelo y con las que a su vez podía mirar a la mayoría de gente de frente y no desde un punto más bajo, ya que esto le hacía sentir inferior, en altura, pero inferior.
Pero sucedió algo con lo que ella no contaba, y es que sus pies siguieron creciendo cada vez un poco más, y las botas le empezaron a quedar pequeñas, amontonándole sus dedos y produciéndole terribles dolores y calambres. Llegó a tal punto, que andar 50 pasos para ella, era como caminar 50 kilómetros sin descanso para cualquiera, con el agravante de que cualquiera, no tendría que sufrir aquellos tormentosos calambres. Resistió así durante mucho tiempo, procuraba aparcar su coche siempre lo más cerca posible de los lugares a los que iba. Pensaba que no volvería a encontrar ningún otro calzado que soportara mirar cuando bajaba la vista al suelo.
Alguna vez había ojeado en zapaterías por si pudiera producirse el milagro, pero no fue así hasta que llegó el gran día, el día que marcó un antes y un después en su vida, el día que tuvo que cojer el autobús para volver del trabajo por que su coche estaba en el taller, el día que mientras esperaba en la parada decidió entrar a esa tienda por la que tantas veces había pasado pero que no se había detenido a mirar, el día en que sus ojos vidriosos le indicaban que si, que por fin las había encontrado!
Eran perfectas, no le desagradaban a la vista, no le dolían los pies con ellas y aunque no tenían tacón y no miraría a la gente de frente, le permitían andar cuanto deseara, saltar, correr, subir los escalones de dos en dos...Se sentía como en un anuncio de compresas, flotando entre las nubes, así que no le importaba si se dirigían a ella desde lo alto, por que ella se sentía tan cómoda que su inseguridad acabó por desaparecer y ahora el peso de la carga de su vida le parecía mucho menor.
Aquel día perdió el autobús, pero no le importó volver a su casa caminado.

Eva M.

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